
En cualquier país civilizado, el peatón es el que tiene prioridad de paso. Los conductores porteños, como creen que la calle está completamente a su disposición, opinan que son ellos los que gozan de ese privilegio, y así se lo hacen saber a cualquier peatón que ose interponerse en su camino, mostrándole la trompa de su vehículo o directamente tirándoselo encima. Es imposible decirles algo o hacérselo notar, porque los señores reaccionan con su arrogancia de siempre. ¡Ufa!